viernes, 27 de noviembre de 2009
Queen of the lost
Se habla poco de la conspiración de canciones, películas, libros y series que existe cuando se siente melancolía. Ya no es sólo ese sentimiento que lo invade todo, que reduce la intensidad de los colores, hace sentir el frío más frío y hace perder las ganas de hablar. Es que cada canción que oyes, cada cosa que lees, cada película que ves lo alimenta. La melancolía es parasitaria. También es romántica. Pero es parasitaria. Se alimenta de tu estado de ánimo, pero también de cualquier factor externo que pueda absorber. No sé. Yo nunca he estado en contra de sentir melancolía. Quizá por eso cuando la siento hay una especie de regodeo. Pero, al mismo tiempo, hay una necesidad de que se vaya, que te deje de nuevo en ese estado de felicidad mediana que tenías, en esa normalidad con que asumes el día a día. Creo que el detonante mayor de la melancolía es la añoranza (ambas palabras hermosas, además). Pero no la añoranza de lo perdido o de lo vivido, sino de lo que aún no se tuvo o vivió. Es añoranza de lo posible, de lo imaginado, de lo soñado. Soy la reina de las oportunidades perdidas. El protagonista de Elizabethtown coleccionaba últimas miradas, yo colecciono los instantes en que una oportunidad pasó. Son insignificantes en materia de tiempo, pero trascendentes con respecto al futuro. Estos instantes pueden ser cualquier cosa. Una mirada perdida, un fallo en generar un roce, una negativa tonta, un arrepentimiento miedoso. Se sabe en esa milésima de segundo. Se fue. La bifurcación en el camino desapareció. Por ahí ya no podrás pasar. Y sin importar cuánto lo desees ese sendero ya tiene un cartel de camino cerrado.
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