miércoles, 8 de mayo de 2019

Suficiente

Cuando llegas a este estado en el que estoy, uno en el que lloras en el escritorio de manera malamente disimulada, uno en que no duermes bien y tienes pesadillas, uno en que tu tiempo libre se dedica a evadir como sea (vino, sueño, series), uno en que quieres hibernar y no salir nunca, uno en que llegaste a un hartazgo general que ocupa tanto que, como si tuvieses una bola de cristal, sabes que no vas a salir de él... sabes que es tiempo de un cambio. No es la primera vez que un trabajo me sume en este estado de desesperación que termina por afectar hasta mis relaciones (la gente quiere entender, pero no es fácil tener que lidiar con un fantasma de quien conocen). De hecho, esta vez ha sido más rápido. Supongo que la razón es que la suma de las partes es mayor que el producto; que haber aguantado que jefes, de hoy y ayer, jueguen al azar con tu horario y tu carga de trabajo se va sumando en la psique hasta que se llega a un llegadero. Porque lo mío es eso, un llegadero. De hecho, no solo aparece en mi cabeza la posibilidad de un cambio (eso se da por sentado, no hay que aguantar malas situaciones si se puede), sino que directamente viene la posibilidad de dejar todos mis años de experiencia atrás. ¿Para qué comencé a trabajar con 18 años? ¿Para qué perdí todas mis vacaciones universitarias y me metí de lleno en mis prácticas? ¿De qué sirvió comenzar en prácticas en un sitio que, desde mi inicio en el mundo laboral, se aprovechó de mí y mis ganas de aprender y trabajar? ¿De qué sirven años de trabajo, de logros, de pruebas de profesionalidad? De nada o de poco. En cada trabajo en el que me encuentro la conclusión, tarde o temprano, es que eres un ser a explotar: de nada vale un contrato (si lo tienes, que... aleluya) porque tu tiempo, tu carga de trabajo y lo que dice ese papel no vale. ¿Cuándo se hizo normal y aceptable que se salten las horas de una jornada con regularidad y sin consecuencias? ¿Cuándo se hizo normal y aceptable que la distribución de trabajo se haga sin sentido y cargando a algunos de cantidades de trabajo absurdas y a otros de nada? ¿Cuándo se hizo normal y aceptable que quejarse de esto resulte una malcriadez y no un derecho? ¿Cuándo se hizo normal y aceptable que, producto de todo esto, se nos rebajen los sueldos de facto sin ninguna consecuencia?
Vete. Esa es la palabra que suena. Pero ¿a dónde? Porque esto lo he vivido en todos los trabajos que he tenido en 35 años. Y el problema no soy yo, aunque muchos puedan insistir (y conste que no soy perfecta ni mucho menos, pero soy bastante buena empleada: tengo muchos deseos de complacer a figuras con autoridad... una de mis taras emocionales). Es que esto se haya normalizado tanto que el problema lo parezca yo. Y que por "ser el problema" y por no tener opciones que no sean exactamente lo mismo tenga que llegar a este estado. Este en el que lloro, evado y no duermo.
¿Cuándo se hizo normal y aceptable que en las oficinas, en los trabajos, la gente camine con cara de funeral y se beba cuatro copas de vino en la comida todos los días? ¿Cuándo se hizo normal y aceptable llegar a casa tan tarde que solo cenas y caes dormido? ¿Cuándo se hizo normal y aceptable que regresar de vacaciones sea un infierno porque lo que te espera es acumulación de lo que no se hizo porque no estabas? Nos pasa a todos, es una epidemia. Y nos tiene enfermos, adictos y tristes. Y no debería ser así. ¿Es la solución irse de la ciudades? ¿Salir del sistema? ¿Trabajar en una panadería o una tienda y olvidar esos años de universidad, de máster y de experiencia? ¿Es la opción optar por vivir de otra manera que no nos exprima?
Yo, a los 35 años creo que sí, ahora solo tengo que descifrar cómo hacerlo.