martes, 19 de noviembre de 2019

Feliz

A veces tras los momentos de crisis llega la calma. Y no es una calma cualquiera, es una desconocida. Una que te dice, sin que sepas bien cómo y por qué, que todo ha de estar estable y, que si no lo está, tampoco es gran cosa. Supongo que cuando llegas a extremos de tener ataques de ansiedad que te paralizan la opción de replantearte cómo manejas las cosas es imperativa. Y no es que la ansiedad haya sido producto de tu incapacidad o de tu sensibilidad, pero lo cierto es que el mundo parece apestar cada día un poco más y dejar que te afecte a niveles extremos no resuelve nada. Vamos, que no se trata de hablar de la ansiedad (esa vieja amiga, como la oscuridad de Simon y Garfunkel, que siempre amenaza con reaparecer) sino del estado de estabilidad del presente. Es extraño para alguien que ha vivido oyendo a su ansiedad hablar de catástrofes posibles e incompetencias que da por seguras, encontrarse en un estado en que está a gusto: a gusto con su vida en su casa y sus rutinas de adulta aburrida y feliz (esto sorprende menos, lleva siendo así varios años), a gusto con el trabajo, a gusto en general con pensar que su vida podría seguir exactamente como ahora y sería feliz.
Lo del trabajo es especialmente sorprendente, no solo por el mencionado ataque de ansiedad, sino por la tendencia de este ser ansioso que soy a encontrarse insatisfecho y buscando otras cosas con el paso de un cierto tiempo (trabajos, casas, cortes de pelo). Nunca he estado demasiados años en un trabajo (en este tampoco los llevo) pero por primera vez puedo ver esta rutina como algo que no me asfixia sino que genera tranquilidad. ¿Es eso haber crecido? ¿Dejar de plantearse la búsqueda de unas respuestas en el trabajo que nunca van a llegar? ¿Optar por la seguridad y la tranquilidad y dejarse de buscar sin saber qué es lo que se quiere? Nunca había sentido tal tranquilidad, tal capacidad de pensar en un futuro sin sobresaltos (obviamente no contando imprevistos) y verlo como algo agradable. Siempre me preocupó, en la adolescencia, crecer para ser conformista. Nunca lo quise. Y ahora pienso que se puede estar descontento y pelear sin estar descontento y molesto con todo. Se puede estar feliz con la vida que se tiene y discutir el mundo que te rodea, se puede ser feliz y dudar de la bondad y la coherencia del mundo, se puede ser feliz haciendo un trabajo todos los días, sin sobresaltos mayores o locuras; se puede ser feliz en la cama siendo abrazada antes de dormir, se puede ser feliz hablando hasta las 4 am con la persona con la que quieres hablar siempre y de todo, se puede ser feliz al sentir una nariz fría que se te acuesta en la pierna, se puede ser feliz mirando desde la cocina a tus dos chicos jugando en el sofá.

Se puede ser feliz.