jueves, 22 de abril de 2010

Spring is in the air

Hay algo indescriptible en el aire de la primavera. En su nacer y crecer. Lo que te rodea está vivo.

Comienza con unas pocas hojas verdes en algún árbol. Tímidas, solas antes el frío del final del invierno. Con algún pajarito que comienza a cantar más de la cuenta. Un capullo que aparece en ramas hacía nada desnudas. Al principio es leve, casi imperceptible. Pero tus ojos registran algún cambio, aúpan a las hojas solitarias en su lucha contra la inclemencia del viento, sonríen al oír el trinar algo más alegre y esperan con expectación el nacimiento que corregirá la aridez de las ramas de los árboles. Y de repente, sin que puedas decir cuándo pasó, el invierno se ha ido. Y en su lugar la naturaleza resplandece en su momento más alegre. Ya los colores reinantes no son el blanco o el gris. La gama es infinita. Y los detalles, inexistentes en la amplitud del vacío del bajo cero, se reproducen, únicos, en todo lo que ves.

No hay forma de entender - sin verla- la exaltación que tiñe todo en primavera. Mi naturaleza caraqueña, tropical, siempre fue verde, siempre fértil, siempre encontrando resquicios entre el concreto por los que salir a la luz. Nunca la vi dormir. Y ahora, ahora y aquí que vi a la naturaleza desaparecer en ramas oscuras y colores opacos, aprecio sin contenerme su ímpetu de comienzo, sus ganas de buscar el sol, su capacidad de recordar que está repleta, completa e inexorablemente viva.

La primavera tiene mucho de musical de los años 30, mucho de hippie que habla con la naturaleza, mucho de escena de Bambi en el bosque, mucho de tópico asociado con la felicidad más simple. Pero cuando la ves, cuando caminas a través de un Retiro invadido, en todos sus rincones, por flores de todos colores y formas, por una frondosidad de verde voluptuoso, por un sol cálido y un cielo azul; cuando sales de tu casa y en tu calle sonríes con ternura frente a las miles de semillas que vuelan por las aceras en busca de un lugar donde crecer; cuando te encuentras con gente más sonriente y cercana por la calle; cuando disfrutas ver las terrazas en las aceras y repletas de gente tomando cañas al sol, en ese momento, sabes que sí, que no es tópico, que la primavera contiene felicidad, que su esencia de nacimiento, de novedad, de plenitud no sólo cubre las ramas de los árboles y las cuerdas vocales de los pajaritos. Está en el aire que respiras, está a tu alrededor, y, sin que lo notes, también e irremediablemente está contigo.

sábado, 3 de abril de 2010

Ficción (no) cotidiana

Las películas me han hecho daño. O no. Reescribamos esa oración. No es que me hayan hecho daño, pero se han convertido en referentes de vida. Y no en esos referentes a los que recurres de vez en cuando. Me he dado cuenta de que por mucho tiempo fueron mis únicos referentes. Me explico. Por mucho tiempo mi vida se trató de lo que sabía de historias que me habían contado más que de lo que vivía y experimentaba en la mía. Viví a través de las películas, a través de los libros. Por mucho tiempo tuve mucho miedo y me refugié en mis conocimientos secundarios de las cosas a través de lo que me relataba la ficción. Mi vida fue, por un largo período, narración más que acción.

Me doy cuenta ahora de que con el paso del tiempo perfeccioné la capacidad de hablar con mis amigos de los problemas reales que me contaban con ejemplos de la ficción o de historias de otros amigos que me habían sido relatadas. Nunca nada mío. Y no porque sea reservada, sino porque no tenía nada mío que contar en temas de la vida. Y ahora, ahora que vivo en acción, no me encuentro. El terreno es desconocido. No hay comienzo, desenlace y final. Hay segmentos aislados, hay presentes sin guión en los que me tengo que desenvolver sin un papel en el que se desarrolle la escena. Es improvisación. Nada de ficción con guión o con literatura.

Y en estos segmentos de presente en que se representa la acción yo me muevo como puedo, pero luego, cuando llega la hora de darle coherencia dramática o narrativa a lo que ha pasado no hay herramientas. Porque ya no dependo de lo que me imagino, de lo que represento en mi mente, sino de lo hecho y dicho, o no hecho y no dicho, y sus consecuencias. Sin toda la información de la historia no puedo sacar conclusiones, no puedo darme respuestas.

Creo que por primera vez me doy cuenta de que siempre quise estructurar narrativamente mi existencia, llevar hasta el límite esa sensación colectiva de ser el protagonista de tu propia película. Un guión, unas pautas de rodaje y acción. La vida parece más manejable en tres actos. La cosa es que ahora, también por primera vez me doy cuenta, de que me salgo de lo que mi cabeza me dice que está escrito. Ruedo por los bordes de la página, fuera del papel, e improviso. Bien o mal. No lo sé. Supongo que cómo me siento se sentirá quien se sube por primera vez a un escenario a improvisar. Conciencia marcada de tu cuerpo y tus gestos, sudor en las manos, una boca seca y pastosa, dudas sobre por qué estás ahí y si deberías estarlo. Pero luego, tras plantar bien los pies en el escenario, tartamudear un poco y recordar que estas ahí porque quieres, comienzas. Y en ese momento ya no importa que lo hagas bien, sólo importa que fuiste capaz de hacerlo.