Hay algo que nadie te dice de estar en construcción. Sí, lo sé, se está en construcción toda la vida, pero darse cuenta por primera vez y con certeza de que la verdad es que al mismo tiempo eres una suma de cosas que son tú y una suma de cosas desconocidas que pueden ser tú es confuso. A veces te sume en la melancolía, a veces te dibuja posibilidades infinitas. Pero lo cierto es que pararse, no en una encrucijada de dos caminos sino en un distribuidor de autopista de la vida, no tiene manual. Nadie te prepara para el escenario en que todo esté abierto. Te preparan para planear, para organizar… no para enfrentarte al vacío de lo posible.
No me quejo. No es que prefiera tener una vida dibujada con lápiz imborrable, pero confieso que esta sensación de oportunidad es angustiante. Y como buena angustia tiene regusto amargo y dulce. Y sí, dije que sentía que flotaba. Pero no floto. Estoy aquí, donde estoy en mi vida, porque me decidí a estarlo. Y eso me enorgullece. Tomé decisiones. Pero al mismo tiempo me paraliza. No es una parálisis de las viejas. De esas que me sumían en el estancamiento. Tengo ganas de tomar acción, de dirigirme a alguna parte. No sé si terminaré como monumento o edificio vanguardista. Pero no pretendo quedarme en obras eternas.
En las obras que construyen a Nerea, las de ahora, las que realmente me están construyendo en gerundio, hay cimientos que no sé si quiero. Formas de ser que estaban antes, de las que me agarro porque no conozco otras, pero que nunca me hicieron feliz. Formas de manejar las cosas que sólo me hacen cuestionar al ingeniero que ideó inicialmente esos cimientos. ¿En qué coño pensaba? No necesitamos más sus servicios señor ingeniero, cambiamos el rumbo del proyecto, estamos ideando nuevas líneas de construcción.
Pero el ingeniero es persistente. Los cimientos son profundos. Son cómodos. Ya estaban ahí. Y sin embargo los obreros intentan desmontarlos, derruirlos. A veces con más empeño, a veces con menos. Y las bases han cedido. Ceden cada vez más. Pero son profundas. Se aprovechan de que los planos no están claros para erguirse como la única opción posible. ¿Si no se sabe por dónde empezar, por qué no empezar por lo que ya está construido? Eso propone el anterior ingeniero. El de la Nerea que no se sabía en construcción. Pero el nuevo grupo de arquitectos le recuerda que las opciones de diseño son infinitas. Y que, aunque no fue despedido, ahora tiene que plantearse la reinvención. El ingeniero no está orgulloso de sus cimientos, pero sabe que son fuertes. Los defiende. Y la batalla continua. Pero, para mi tranquilidad, los nuevos arquitectos ganan cada vez más terreno y los obreros hunden más, con cada golpe, sus picos en los viejos cimientos.
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