Las películas me han hecho daño. O no. Reescribamos esa oración. No es que me hayan hecho daño, pero se han convertido en referentes de vida. Y no en esos referentes a los que recurres de vez en cuando. Me he dado cuenta de que por mucho tiempo fueron mis únicos referentes. Me explico. Por mucho tiempo mi vida se trató de lo que sabía de historias que me habían contado más que de lo que vivía y experimentaba en la mía. Viví a través de las películas, a través de los libros. Por mucho tiempo tuve mucho miedo y me refugié en mis conocimientos secundarios de las cosas a través de lo que me relataba la ficción. Mi vida fue, por un largo período, narración más que acción.
Me doy cuenta ahora de que con el paso del tiempo perfeccioné la capacidad de hablar con mis amigos de los problemas reales que me contaban con ejemplos de la ficción o de historias de otros amigos que me habían sido relatadas. Nunca nada mío. Y no porque sea reservada, sino porque no tenía nada mío que contar en temas de la vida. Y ahora, ahora que vivo en acción, no me encuentro. El terreno es desconocido. No hay comienzo, desenlace y final. Hay segmentos aislados, hay presentes sin guión en los que me tengo que desenvolver sin un papel en el que se desarrolle la escena. Es improvisación. Nada de ficción con guión o con literatura.
Y en estos segmentos de presente en que se representa la acción yo me muevo como puedo, pero luego, cuando llega la hora de darle coherencia dramática o narrativa a lo que ha pasado no hay herramientas. Porque ya no dependo de lo que me imagino, de lo que represento en mi mente, sino de lo hecho y dicho, o no hecho y no dicho, y sus consecuencias. Sin toda la información de la historia no puedo sacar conclusiones, no puedo darme respuestas.
Creo que por primera vez me doy cuenta de que siempre quise estructurar narrativamente mi existencia, llevar hasta el límite esa sensación colectiva de ser el protagonista de tu propia película. Un guión, unas pautas de rodaje y acción. La vida parece más manejable en tres actos. La cosa es que ahora, también por primera vez me doy cuenta, de que me salgo de lo que mi cabeza me dice que está escrito. Ruedo por los bordes de la página, fuera del papel, e improviso. Bien o mal. No lo sé. Supongo que cómo me siento se sentirá quien se sube por primera vez a un escenario a improvisar. Conciencia marcada de tu cuerpo y tus gestos, sudor en las manos, una boca seca y pastosa, dudas sobre por qué estás ahí y si deberías estarlo. Pero luego, tras plantar bien los pies en el escenario, tartamudear un poco y recordar que estas ahí porque quieres, comienzas. Y en ese momento ya no importa que lo hagas bien, sólo importa que fuiste capaz de hacerlo.
Y no sólo de lo que vives...sino tb de las historias que transmiten!
ResponderEliminar¡Qué joven, Nerea!. Hace tiempo, sin la conciencia transparente de ser quien eres, incluso sin la referencia del film o la página, el cuento o la historia, cada respiración te conducía. Ya estás aquí, respirando en el escenario de la Plaza Mayor y contando tú misma el cuento.
ResponderEliminarDomingo ha de regresar, porque no ha de encontrar en su aldea orensana, o próxima a la nostálgica sede obispal del Mondoñedo lucense, a la moza tropical que estrenó con seis birras invernales su jubilación de gallego madrileño.
Ya estás, ya eres, ya eras sin saberlo cuando tu conciencia parecía sólo la luz cruzada en las pantallas, o el recuerdo iluminado en duermevela de una página a revivir.
Bienvenida, Nerea de Santiago de León de los Caracas, Nerea del ilustrado sol abrasador de tu Araure y Acarigua. Seas al tiempo bendita y bienvenida.