No está limpio, pero no se puede decir que esté sucio. Está sólo usado, caminado, tiene historia. Historia de esa que no borra una escoba o una fregona. Esa que se queda pegada, agarrada fuerte. Pero eso no es lo que llama mi atención. Veo ese piso todos los días, o casi todos, de regreso de clases. Lo que atrae mi mirada, por casualidad y por falta de tener un libro o alguien con quien hablar mientras espero el metro, es una mancha de sangre. Es sólo una gota. La verdad no sé si es sangre. Es roja, la gota, pero de un rojo poco pesado, casi alegre. Me sorprende oírme pensar en la espesura de la sangre, saber cómo es. La última vez que vi sangre en el suelo, que recuerde, era un charco y estaba en la Plaza Miranda y yo iba camino al periódico. Esa vez me asusté. Fue una corroboración de que ese lugar, por el que pasaba todos los días, no sólo era escenario de vidas, sino de muertes. Intenté y logré borrar el pánico de mi cara. Primera recomendación cuando se camina por el centro de Caracas: Nunca actuar como que algo de lo que ves está fuera de lo normal. Al parecer evita – en mi caso, aunque no sé si fue eso, lo hizo – que los malandros te elijan como presa. Eres de ahí, uno más de los nuestros, uno de los que se conocen las reglas y que ve charcos de sangre como quien ve un hombre pasar la calle: con indiferencia. El suelo del centro era también de esos con historia, probablemente más que el de Atocha. Ajado por los pasos de quienes todos los días caminaban por allí hacia alguna parte. Ésta vez, ésta gota, no me generó miedo. Sólo me hizo preguntarme qué habría pasado. Tal vez alguien tuvo un inesperado sangrado nasal, tal vez alguien se cortó con el filo de la página de un libro, tal vez un pintor derramó un poco de su acuarela. Me sorprendió pensar cómo lo que se asocia a algo está directamente relacionado con el lugar y con cómo estás. La “traducción” de la que hablaba un profesor en clase. No me pasó por la cabeza, hasta que me sorprendió que no hubiese pasado, que esa sangre fuese producto de algo violento. Y me di cuenta de que no sólo estoy en Madrid, muy lejos de Caracas. Sino que estoy lejos de Caracas. Lejos de pensar, al borde de un charco de sangre en la acera, en el hombre que desapareció allí, que dejó de respirar y existir allí, a centímetros de donde mis pies estaban, pasando por ese suelo con historia, camino de alguna parte.
lunes, 8 de febrero de 2010
Una gota de sangre en el andén
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Joder, qué profunda.
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