miércoles, 17 de febrero de 2010

Memoria fotográfica

Recuerdo que una vez, para un trabajo de la universidad, hablé de la fotografía. De cómo es la escenificación perfecta de un instante, el recuerdo de un momento impreso en papel – o colgado en facebook, para los de nuestra era -. La fotografía, en papel o en el ordenador, tiene la capacidad de trasladarnos a un lugar, de captar ese segundo en que fuimos felices, de retratar el pasado con aires – siempre – de presente. Hay una fotografía de mis papás que me encanta. Me ha seducido desde niña. Es en blanco y negro. Allí están, los dos, a principios de su relación. Cuando ya se sabían queridos el uno por el otro pero no sabían que duraría tanto. Retrata un momento juguetón. Un instante feliz. Un regreso a la infancia de dos adultos sumergidos en, lo que sabemos, es el mar de la complicación de las relaciones.

Mi papá – un hombre serio, que por serlo no deja de tener muy buen humor y ser increíblemente tierno – saca la lengua. No al lente. No a mi mamá. Saca la lengua en gesto travieso. Y mira a la nada. Celebra, con la felicidad absoluta que sólo tiene la infancia, el hallazgo de un trozo de hielo. Lo lleva en la mano. Es grande. Al fondo hay un río. El trozo de hielo viene de allí. Flotaba perdido hasta que fue rescatado para sobrevivir para siempre en la memoria de lo impreso. Mi papá lo sostiene triunfante. Mi mamá lo mira. Ella sí lo mira. Sonríe ampliamente. Con una de esas sonrisas que irradian ternura, con esas sonrisas que denotan cariño. Ambos están abrigados. Es invierno. Pero el gesto de ambos transmite calidez. Ese hielo inmortalizado por la cámara de alguien que desconozco desentona. No desentona en términos técnicos, pero sí en la temperatura de la foto. Es invierno, hace frío, sí, pero la imagen retrata todo menos eso. Retrata calor, cercanía, afecto. Retrata una historia por compartir, retrata los momentos que vendrían. Retrata un futuro.

Esa foto me seduce desde niña porque me descubre a unos papás antes de ser papás, a unos papás como yo. Me descubre a dos personas con sensación de posibilidad, con apuestas al porvenir. Porque me dice que antes de ser mis padres, fueron. Y en ese ser encontraron un trozo de hielo, un invierno, en un río. Y regresaron a su infancia y recordaron lo absoluta que puede ser la felicidad por un instante. Y, por casualidades del destino, ese instante, ese instante y no otro, quedó impreso para que, años después la hija de ambos pudiese contemplar esa foto con una sonrisa muy parecida a la de su madre, una sonrisa cálida y tierna, ante ese pasado que no fue suyo, pero que existe en su memoria como un recuerdo. Un recuerdo impreso en papel fotográfico que, a pesar del paso del tiempo, se parece mucho al presente.

1 comentario:

  1. Si no hubiera visto la foto, desearia verla ahora mismo... Qué bonita descripción del instante congelado!

    No ceses de escribir, por favor

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