Es la primera vez que estoy en esta parte del Retiro. Sólo había visto el monumento desde lejos. Pero mientras mis pasos me acercan a sus altas columnas mi caminar se hace más pausado y mis ojos se abren más. No es que sienta predilección por las grandes construcciones alegóricas o por reyes españoles de los que tengo poca información… hay algo más. Mientras intento descifrar el origen de esa sensación de bienestar que respiro, observo. Y me doy cuenta. It hits me. No es el monumento, no es mi emocionalidad desbocada. Es el instante. Ese que obsesionaba a Cartier Bresson. Ese que pasa en segundos, pero se queda. Como una fotografía mental de ese momento en que todas las condiciones para la belleza estuvieron allí, casualmente juntas. Hay poca gente. No los oigo hablar. Como de costumbre oigo música. Y la canción es perfecta. De alguna forma este aislamiento también colabora. Este momento es sólo mío.
El gris de las columnas – o el blanco poco reluciente – no se ve triste. La estructura parece orgullosa, pero acogedora. Como un viejo sabio siempre dispuesto a conversar. Es imponente, pero no intimida.
En medio de un día helado el sol calienta y el cielo se despeja para mostrar un azul intenso que contrasta con los dinteles adornados por esculturas. Mis ojos se entrecierran. Es esa luz de final de la tarde. La rasante. Esa que hace ver todo más bonito, más cálido. Al final de las escaleras está el lago. Al alcance de la mano. También las esculturas. Mujeres desnudas que parecen estar tumbadas disfrutando el sol, que en este momento tiñe de blanco el agua y casi las hace invisibles al contraluz.
Luego de que mis sentidos se regodean en el espectáculo comienzo a mirar alrededor. Una pareja está sentada en uno de los bancos que acompañan las columnas. No hablan. Ella lee. Se apoya en él, lo utiliza como almohada. Es un gesto de historia compartida, de costumbre, de vínculo. Se ven felices. No con esa felicidad extasiada y ruidosa de los nuevos enamorados, sino con la que tiene mucho de satisfacción y suspiro de alivio. Con la que tiene listas de compra del supermercado y turnos para pasear al perro. La de lenguajes silenciosos ya compartidos y cosas que no necesitan ser dichas. Pienso que quisiera ser ella. Que en algún futuro espero ser ella.
Una nube cubre el sol. El momento pasa. Me siento en un banco a escribir para no olvidarlo, aunque no creo que realmente sea posible. Me sonrío. Esa luz rasante de final de tarde sobre esas columnas y ese lago le dio calidez a mi día. Lo dejó teñido de ese color naranja, de ese bronceado saludable con el que se ven todas las cosas a las 4:30 de la tarde. Tumbado al sol como las esculturas y la mujer feliz. Disfrutando en silencio.
viernes, 8 de enero de 2010
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Cariátide que sostienes con tus palabras los dinteles de los templos de las sensaciones
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