Hay momentos en que verdades que ya conoces, pero convenientemente ignoras, se dibujan frente a ti nítidamente. Son momentos te sorprenden, que te agarran desprevenida y se aprovechan de que no sabes que hacer para demorarse en todo lo que habías tratado de no mirar. El otro día bajaba caminando por Alcalá hacia Cibeles y, claro, hacia KFC, cuando algo me hizo detenerme en seco. En el Paseo Recoletos estaba la Feria del Libro Viejo. Sin moverme y un poco aturdida miré alrededor y en la Casa América una pancarta antes desapercibida resaltó: Festival Viva América. Rebusqué en mi cabeza. Era primero de octubre. Un año en Madrid. Y en esos segundos en que no pude moverme, parada frente a los recuerdos de mi primera semana en esta ciudad, repasé el año y, en especial, los últimos meses.
Mal octubre para cumplir un año. Mal octubre para un aniversario. Una suma de balances poco positivos hacen peso frente al “no quiero regresar a Caracas” que se yergue como una de las únicas razones para persistir. Y claro que no es la única. Tengo amigos, amo esta ciudad. Pero ¿debo quedarme aquí? Caracas no es una opción, pero, tras un año, Madrid es una opción cada vez más oscura. Y seamos honestos, no creo que otra ciudad lo sea menos. Y no es solo lo laboral (aunque es la mayoría del todo), es todo. Tras un año, parada en medio de la calle, me di cuenta que nada me ata a esta ciudad. Que mis únicos vínculos son los amigos del master, nada más. Ni mi piso, ni mi calle, ni lo que escribo. Nada. Aun me siento turista, aun me siento ajena, aun me siento recién llegada, pero al mismo tiempo cargo con el cansancio de haber llegado hace un año y no haber logrado nada.
Es como estar esperando en línea a que tu vida comience. Tienes la entrada, pero por razones que nadie te explica, no te dejan entrar a la sala y retrasan la hora. Pero tú quieres ver la película. Así que te quedas, esperas en línea. Y tu humor fluctúa entre esperanzado y frustrado. Pero sigues sin entrar. Y la gente en la línea te dice que tengas paciencia, que vas a entrar, pero cada vez les crees menos. Y es cierto, no estás sola en esa fila. Hay más gente contigo que tampoco puede entrar. Pero eso no alivia la espera, solo la hace más angustiosa. Porque si ignoran a tantos espectadores ¿quién dice que habrá función? Tal vez la cancelaron y nunca veas la película.
Y te da miedo que tal vez, un día, tras esperar sin respuesta, te resignes y guardes la entrada en la cartera y en el futuro la mires con nostalgia, recordando la que eras en esos días de la fila, y la guardes rápidamente para no mirar tan de cerca lo lejos que estás de esa espectadora que esperaba para ver esa película que al final nunca se proyectó.
Mi ánimo no es el más alegre este octubre. Mucho tiene que ver el clima y la gripe típica producto de los desbarajustes de temperatura. Pero la responsabilidad real es de mi aniversario. Ese que me cayó en seco, cual yunque de comiquita, y que desde entonces me dejó un chichón de dudas que aun no se deshincha.
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