Hay días, hay semanas, que parecen ser como una espera, el preludio de algo que cambiará... y claro que no lo son. No lo son porque el cambio no está en el horizonte y es solo tu cabeza deseando una modificación para no sucumbir a esa sensación de hundimiento que da el saber que una situación que cada vez te afecta más no va a cambiar y que, probablemente, va a empeorar. Y sí, es dramatismo, pero más que eso es una crisis mayor... no hay un verdadero drama, pero es esa falta de drama, ese de repente entender que esto es y ya, lo que resulta el verdadero problema. Porque tu cabeza no procesa algo que para los que te rodean es normal (y hasta les pareces una mimada por pedir algo más), porque es posible que estés pasando por una crisis de edad (no es casual que en unos meses cumplas 35), porque tras morir tu papá te ha quedado muy claro lo que importa y lo que no y sientes que la vida te está obligando a darle predilección a lo menos importante y tener casi ningún tiempo con quienes sí importan.
Hace unos años, cuando estaba en un trabajo del que al final fui despedida (fue más una conversación que terminó en ello que algo sorpresivo), tuve una etapa en que me cortaba el pelo cada mes o dos meses. No entendía la necesidad intensa que sentía de modificar mi pelo o el aburrimiento enorme que me llevaba a hartarme tan rápido. Y luego entendí: cortarme el pelo era lo único en mi control. No controlaba lo que pasaba en la oficina o el horror de Venezuela o lo poco que veo a quienes quiero, solo controlaba cortarme el pelo. Era mi forma de sentir que mi vida era mía, de tener cierta certidumbre.
Ahora cortarme el pelo no es una opción (estoy en proceso de dejarlo crecer y ya me lo teñí por lo que eso tampoco es ya una posibilidad) pero me encuentro de nuevo sintiendo una intensa necesidad de modificarlo, de tratar de obtener algún control sobre mi presente. Lo que pasa esta vez es que sé que mi pelo no cambia nada, no realmente. Sé también que no sé si esta sensación se me pase o empeore, que sentir a la vez todo intensamente (como cuando tienes sobredosis de hormonas, pero no la tienes) y tener una inmensa indiferencia puede que sea un estado general por un tiempo, que saltar en ira o hundirme tras un error puede ser mi estar por un rato.
Y sí, se trata de ir a terapia, de procesar por qué estoy como estoy... y eso está en los planes inmediatos. Pero, ¿qué pasa con lo que son hechos ineludibles, con la certeza de que la vida adulta es una cosa y de eso no hay escapatoria? ¿Que sobre ese hecho no hay ningún control? Porque esa realidad no se va a ir por conversar con un terapeuta de la muerte de mi papá mientras estuve lejos, o de ser de ninguna parte gracias a un gobierno terrible y asesino, o de mis inseguridades y enorme ansiedad o del hecho de que el mundo parece haberse decretado en huelga de coherencia... no, porque eso no es algo que se procese, es algo que se asume, un hecho que no tiene escapatoria se hable mucho o no. Es sencillamente ser adulto en esta sociedad y en este tiempo, adaptarse a que las cosas sean mediocres y que los sueños sean pequeños o se ahoguen bajo la presión de las responsabilidades, es matar las ganas de otra cosa para no vivir en este estado... pero ¿no es justamente ceder a ese estado, rendirse?
Ser adulto apesta a veces y esta vez cortarme el pelo no va a ser suficiente.
Hace unos años, cuando estaba en un trabajo del que al final fui despedida (fue más una conversación que terminó en ello que algo sorpresivo), tuve una etapa en que me cortaba el pelo cada mes o dos meses. No entendía la necesidad intensa que sentía de modificar mi pelo o el aburrimiento enorme que me llevaba a hartarme tan rápido. Y luego entendí: cortarme el pelo era lo único en mi control. No controlaba lo que pasaba en la oficina o el horror de Venezuela o lo poco que veo a quienes quiero, solo controlaba cortarme el pelo. Era mi forma de sentir que mi vida era mía, de tener cierta certidumbre.
Ahora cortarme el pelo no es una opción (estoy en proceso de dejarlo crecer y ya me lo teñí por lo que eso tampoco es ya una posibilidad) pero me encuentro de nuevo sintiendo una intensa necesidad de modificarlo, de tratar de obtener algún control sobre mi presente. Lo que pasa esta vez es que sé que mi pelo no cambia nada, no realmente. Sé también que no sé si esta sensación se me pase o empeore, que sentir a la vez todo intensamente (como cuando tienes sobredosis de hormonas, pero no la tienes) y tener una inmensa indiferencia puede que sea un estado general por un tiempo, que saltar en ira o hundirme tras un error puede ser mi estar por un rato.
Y sí, se trata de ir a terapia, de procesar por qué estoy como estoy... y eso está en los planes inmediatos. Pero, ¿qué pasa con lo que son hechos ineludibles, con la certeza de que la vida adulta es una cosa y de eso no hay escapatoria? ¿Que sobre ese hecho no hay ningún control? Porque esa realidad no se va a ir por conversar con un terapeuta de la muerte de mi papá mientras estuve lejos, o de ser de ninguna parte gracias a un gobierno terrible y asesino, o de mis inseguridades y enorme ansiedad o del hecho de que el mundo parece haberse decretado en huelga de coherencia... no, porque eso no es algo que se procese, es algo que se asume, un hecho que no tiene escapatoria se hable mucho o no. Es sencillamente ser adulto en esta sociedad y en este tiempo, adaptarse a que las cosas sean mediocres y que los sueños sean pequeños o se ahoguen bajo la presión de las responsabilidades, es matar las ganas de otra cosa para no vivir en este estado... pero ¿no es justamente ceder a ese estado, rendirse?
Ser adulto apesta a veces y esta vez cortarme el pelo no va a ser suficiente.
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