Y pasa. En la distancia pasa. Y no importa cuánto no lo quieras, cuánto lo evadas... en la distancia vas a perder gente, gente que quieres mucho, gente que quiere mucho gente a la que quieres mucho, gente que te quiso mucho... y no estarás ahí. Hiciste tu hogar fuera del sitio que era tuyo y allá dejaste a los tuyos, a muchos de los tuyos. Y con el tiempo esos tuyos se irán yendo y no estarás ahí para dar un abrazo y decir adiós, ni a ellos ni a los suyos que son también los tuyos.
A mis 34 años (aún faltan unos días para los 35) me he despedido por teléfono de dos personas tan importantes en mi vida que cuesta pensar que realmente no estuve ahí para decirlo en persona (también perdí a mi abuelo, pero con él ambos vivimos y supimos que era la despedida aunque sucediese unos meses antes de su muerte). Fueron conversaciones sostenidas entre te quieros y mocos ahogados (de mi lado), entre llantos contenidos y adioses disfrazados de chao. Dije adiós a mi papá y quien era amiga incondicional y a veces, muchas veces, más familia que gente de mi propia familia.
En la distancia la muerte viene con tono de ocupado, con mensajes de whatsapp y emoticonos que lloran y a los que se les rompe el corazón. En la distancia perder a gente que se ama de manera inexpresable se convierte en un día de dolor de estómago y vino y de dar golpes desquiciados a un saco de boxeo, y en muchos más meses de inestabilidad que navega entre estar bien y no estarlo; se convierte en bailar y llorar, en cenizas abandonadas en una casa en que ya no vives y que no has podido esparcir (y no sabes si podrás nunca), en recuerdos que se convierten en mausoleos a vidas pasadas, la tuya y la de esos amados tuyos, en un duelo que no se acaba porque tampoco comienza del todo, en culpa y añoranza de todas las conversaciones que no se tuvieron.
En la distancia despedirse nunca es verdad, el adiós no se pisa, es ligero y engañoso... permite dejar puertas abiertas y soñar con que en alguna parte esa persona está, no se fue.
En la distancia los funerales son sin ti y los abrazos se dicen y no se dan.
En la distancia no estás. En la distancia estás lejos, tan lejos que no hay kilómetros que lo midan.
En la distancia dejaste a los tuyos.
Y en la distancia ellos se van sin ti.
A mis 34 años (aún faltan unos días para los 35) me he despedido por teléfono de dos personas tan importantes en mi vida que cuesta pensar que realmente no estuve ahí para decirlo en persona (también perdí a mi abuelo, pero con él ambos vivimos y supimos que era la despedida aunque sucediese unos meses antes de su muerte). Fueron conversaciones sostenidas entre te quieros y mocos ahogados (de mi lado), entre llantos contenidos y adioses disfrazados de chao. Dije adiós a mi papá y quien era amiga incondicional y a veces, muchas veces, más familia que gente de mi propia familia.
En la distancia la muerte viene con tono de ocupado, con mensajes de whatsapp y emoticonos que lloran y a los que se les rompe el corazón. En la distancia perder a gente que se ama de manera inexpresable se convierte en un día de dolor de estómago y vino y de dar golpes desquiciados a un saco de boxeo, y en muchos más meses de inestabilidad que navega entre estar bien y no estarlo; se convierte en bailar y llorar, en cenizas abandonadas en una casa en que ya no vives y que no has podido esparcir (y no sabes si podrás nunca), en recuerdos que se convierten en mausoleos a vidas pasadas, la tuya y la de esos amados tuyos, en un duelo que no se acaba porque tampoco comienza del todo, en culpa y añoranza de todas las conversaciones que no se tuvieron.
En la distancia despedirse nunca es verdad, el adiós no se pisa, es ligero y engañoso... permite dejar puertas abiertas y soñar con que en alguna parte esa persona está, no se fue.
En la distancia los funerales son sin ti y los abrazos se dicen y no se dan.
En la distancia no estás. En la distancia estás lejos, tan lejos que no hay kilómetros que lo midan.
En la distancia dejaste a los tuyos.
Y en la distancia ellos se van sin ti.