We’re adults. When did that happen?
Es mi primer encuentro. Y como primer encuentro es incómodo. Es inesperado (aunque previsible), inoportuno (lo sería siempre de todas formas), y me deja sin herramientas de respuesta. No avisa de su llegada, sólo se presenta. Yo pensaba que la conocía. No. Ahora comienza, ahora se me presenta, ahora me da la mano y me mira a los ojos, intimidante. “Hola... soy la adultez”. Y la miro sin mirarla a los ojos – como es mi costumbre – y la reviso de arriba abajo y no sé leerla. No sé qué quiere. O, sí lo sé, pero no sé cómo dárselo y no sé si quiero o puedo.
Creí que ya la conocía, que sabía manejarla y manejarme con ella. Creí haberla visto a la cara no hace mucho y haber asumido su ingobernable presencia. Pero mientras la miro, sin mirarla a los ojos, me doy cuenta de que todo lo anterior fue un ejercicio.
Siempre me creí madura. Una adulta enana que medía las consecuencias de sus actos y argumentaba sus opiniones. En realidad aún soy una niña. Creo que nunca dejaré de serlo. Y esa niña se presenta tomada de la mano de la adultez y me saluda, sonriente y ajena a la confusión que me genera todo.
No sé si es normal que a la vista de la verdadera adultez te des cuenta de que eres realmente y aún una niña. Supongo que sí. Es una conclusión que proviene de la comparación, del contraste. El problema es que la niña no sabe cómo asumir lo que no puede eludir. Recurre a sus herramientas de siempre, pero no valen. Se requieren nuevas. Dónde se encuentran, dónde está el Adultez for dummies. En ninguna parte. Así la niña y la adultez te miran, una ingenua y distraída con el moverse de las hojas y la otra severa y a la espera de una respuesta sin la que no se irá. Porque ambas tienen maletas. Pero una la tiene para montarse en el tren e irse y la otra la tiene para mudarse contigo.