Hay algo indescriptible en el aire de la primavera. En su nacer y crecer. Lo que te rodea está vivo.
Comienza con unas pocas hojas verdes en algún árbol. Tímidas, solas antes el frío del final del invierno. Con algún pajarito que comienza a cantar más de la cuenta. Un capullo que aparece en ramas hacía nada desnudas. Al principio es leve, casi imperceptible. Pero tus ojos registran algún cambio, aúpan a las hojas solitarias en su lucha contra la inclemencia del viento, sonríen al oír el trinar algo más alegre y esperan con expectación el nacimiento que corregirá la aridez de las ramas de los árboles. Y de repente, sin que puedas decir cuándo pasó, el invierno se ha ido. Y en su lugar la naturaleza resplandece en su momento más alegre. Ya los colores reinantes no son el blanco o el gris. La gama es infinita. Y los detalles, inexistentes en la amplitud del vacío del bajo cero, se reproducen, únicos, en todo lo que ves.
No hay forma de entender - sin verla- la exaltación que tiñe todo en primavera. Mi naturaleza caraqueña, tropical, siempre fue verde, siempre fértil, siempre encontrando resquicios entre el concreto por los que salir a la luz. Nunca la vi dormir. Y ahora, ahora y aquí que vi a la naturaleza desaparecer en ramas oscuras y colores opacos, aprecio sin contenerme su ímpetu de comienzo, sus ganas de buscar el sol, su capacidad de recordar que está repleta, completa e inexorablemente viva.
La primavera tiene mucho de musical de los años 30, mucho de hippie que habla con la naturaleza, mucho de escena de Bambi en el bosque, mucho de tópico asociado con la felicidad más simple. Pero cuando la ves, cuando caminas a través de un Retiro invadido, en todos sus rincones, por flores de todos colores y formas, por una frondosidad de verde voluptuoso, por un sol cálido y un cielo azul; cuando sales de tu casa y en tu calle sonríes con ternura frente a las miles de semillas que vuelan por las aceras en busca de un lugar donde crecer; cuando te encuentras con gente más sonriente y cercana por la calle; cuando disfrutas ver las terrazas en las aceras y repletas de gente tomando cañas al sol, en ese momento, sabes que sí, que no es tópico, que la primavera contiene felicidad, que su esencia de nacimiento, de novedad, de plenitud no sólo cubre las ramas de los árboles y las cuerdas vocales de los pajaritos. Está en el aire que respiras, está a tu alrededor, y, sin que lo notes, también e irremediablemente está contigo.