Serán historia. Ya lo son. Es muy probable que si le pregunto a mi prima de 14 años sobre ellos el recuerdo que tenga sea vago o inexistente. Es fácil imaginarlos en la lista de memorias nostálgicas en que figuran los teléfonos de disco o los walkman.
Tenían su propia atmósfera, sus clientes regulares, sus dependientes siempre proponiendo alquilar algún estreno. No hablo de los videoclubs de cadenas internacionales. Hablo de esos regentados por una pareja, por un señor, por una familia. Esos en que al entrar te conocían.
Las películas estaban dispuestas en los pasillos. Generalmente poco ordenadas. Esos pasillos, pequeños o grandes dependiendo del sitio, se recorrían con atención gatuna. En busca de alguna joya aun no descubierta. De alguna película que nunca llegaría al cine que se hubiese colado en el estante. Esa misión incluía sonrisas y gestos de asco dependiendo de las carátulas que tu mirada se consiguiese en el camino. Sonrisas para tus consentidas, que podían llegar a seducirte para alquilarlas de nuevo; gestos de asco para las que se sintieron como pérdidas de tiempo o para las que ni siquiera te dignarías a levantar de su sitio.
Recuerdos asociados a los videoclubs: Ir sin dudar al sitio específico en que estaba una de tus películas favoritas, esa que veías una y otra vez cada cierto tiempo; llegar a reclamar porque la cinta se veía mal y ver al dependiente probar la copia; revisar la carpeta con los recortes de prensa y las caratulas de los new arrivals; los posters que decoraban cada espacio del establecimiento que no estaba ocupado por una estantería; rebobinar – verbo que tristemente desapareció con las cintas – antes de llegar a casa para no tener que sufrir la espera antes de ver la película; oír las recomendaciones del dueño, ya familiarizado con tus gustos; compartir una sonrisa cómplice con otro cliente cuando alguno de los dos escogía una película querida por el otro; las discusiones sobre la cantidad de días que se debían por el alquiler, las tuyas y las de otros clientes...
La cultura del videoclub, el rito de ver películas en VHS, tenían su arte, su particularidad, su magia. Se habla de que los jóvenes de ahora sienten una inexplicable – para los más adultos – nostalgia por su pasado reciente. No es inexplicable. Los cambios llegan rápido. Arrasan con cosas que fueron familiares. Y convierten en cotidianidad a las nuevas. No es nostalgia, es una forma de convencernos de que nuestro pasado existió.
sábado, 19 de diciembre de 2009
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