domingo, 6 de diciembre de 2009

Dispersa

Llevo todo el día tirada en la cama. Calentador de Pablo a mano y asfixiándome dentro de mi cuarto, en pijama y tapada hasta el cuello con las sábanas y el nórdico – edredón de plumas maravilloso que espanta el frío como si fuese una hoguera encendida – con un dolor de garganta insolente, acompañado de uno de oído, y de cansancio y peso en todo el cuerpo. Ayer despedimos a Flo en el andén del tren. Fue cinematográfico, aunque supongo que lo es más para alguien a la que los trenes y sus andenes al aire libre le parecen ajenos. La despedimos, guantes en mano, desde ese frío horrible que hace en Chamartín, al que ahora culpo de mis dolencias gripales.
Al lado había una pareja – ella se iba en el mismo tren que Flo a Barcelona – y no paraban de despedirse y prometerse vía señas su cariño y los emails que se mandarían. Fue tierno, aunque también compartí cierta risa burlona con Flo. Supongo que será envidia o desconocimiento de ese comportamiento desapegado del entorno y del miedo al ridículo que viene cuando estás perdidamente enamorado. Ni idea. Lo cierto es que ahora, tras un día de inactividad – no me provocó escribir, ver películas o leer, aunque hice todas esas cosas – estoy en mi cama engullendo con disfrute una bolsa de Princesas. Supongo que es buena señal que haya sentido una necesidad insalvable de comer carbohidratos en su versión dulce, acompañados de leche con chocolate. Dan energía. Bajé al chino con indumentaria polar aunque hace poco frío afuera, pero no hay que arriesgarse. Estas galletas son la gloria. Una especie de palmeritas enanas con textura de galleta, no de hojaldre. Son adictivas.
¿Me estaré convirtiendo en una persona egoísta? Esa pregunta me ataca de vez en cuando. ¿Estaré sucumbiendo a mi creciente, aunque débil, seguridad en mi misma? No lo sé. Me da miedo. Siempre me lo ha dado. Eso y ser indiferente. Espero no ser ninguna de las dos. Espero no diluirme en la acomodaticia forma de vida de estos tiempos. No quiero ser malinterpretada. Creo en el individualismo, pero no en la versión de él que significa diluir al otro en el paisaje. Aún no he visto mucho de eso en Madrid y me gusta. Tal vez es porque estoy rodeada de gente increíble. O porque he tenido suerte.
Este post es algo disperso. Supongo que puedo echarle la culpa al dolor de oído y garganta. O a mi descenso a la infancia vía leche con chocolate y galletas dulces.

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